Es la frase que miles de niños y niñas dicen y repiten tras la lectura de un cuento, pues estos tienen múltiples funciones en la vida educativa de los niños, desde dar puerta abierta a la imaginación y creatividad adentrándose en un mundo de fantasía a que ellos de manera inconciente se identifiquen con algún personaje y nos den a conocer sentimientos, pensamientos, miedos, etc que de alguna manera estaban “ocultos”, fomenta vínculos entre padres e hijos e inculca el hábito por la lectura, facilita el proceso lecto-escritor y la compresión lectora, ayuda a desarrollar la estructura espacio-temporal y como tal la estructura mental, crea valores y muchas veces establece la diferencia entre “bien” y “mal”, ayuda a forjar la identidad del propio niño.
Como vemos el cuento es una gran fuente pedagógica que los adultos debemos saber explotar dentro y fuera del colegio, contar un cuento no es tan fácil como parece, no basta con leer, mostrar las ilustraciones e ir pasando las páginas…el adulto debe adentrarse en la historia, dejar su vergüenza a un lado y ser el primero en vivirlo, interpretando a cada personaje, imitando las voces y gestos…no es una tarea sencilla ya que muchas veces, nosotros, los adultos, nos vemos limitados por nuestro gran “sentido del ridículo” y hacemos que se pierda esencia que los cuentos guardan tras sus tapas y páginas.
La hora del cuento es un momento mágico donde adultos y niños interactúan, donde la protagonista es la imaginación.